Reverencias y Resbalones: Un Encuentro Cómico en la Corte del Emperador Japonés
Antonio Gil de Carrasco
1/8/20252 min read
Era un día más frío que el saludo de un ex por WhatsApp cuando me encontré, para mi sorpresa, subiendo a una calesa que parecía sacada de un cuento de hadas, pero en versión nipona. Allí estaba yo, parte de una comitiva diplomática española, saludando a los transeúntes de Tokio como si fuera la mismísima Cenicienta, solo que sin zapato perdido y con un destino mucho más intimidante: el Palacio Imperial.
La misión era clara, entregar las cartas credenciales, pero el protocolo era más complicado que montar un mueble de IKEA sin instrucciones. Nos instruyeron sobre las reverencias necesarias: tres aquí, tres allá, y tres un poco más allá. Todo esto mientras avanzábamos hacia Su Majestad Imperial, que nos esperaba con la paciencia de un monje zen.
Yo, entre tanto ensayo de reverencia, ya me sentía más flexible que contorsionista de circo. Y en ese trance, con los nervios haciendo de las suyas, me olvidé de cuántas reverencias había hecho. ¿Fueron tres o trescientas? La cuenta se me perdió entre tanto saludo inclinado.
Finalmente, frente al emperador, realicé mis tres reverencias reglamentarias y al levantar la vista, me encontré con una figura que irradiaba una calma absoluta, como un Buda de porcelana. Y en ese momento de paz, mi cerebro decidió tomar unas vacaciones sin previo aviso, y solté un "Encantado de conocerle" tan espontáneo como inapropiado.
El emperador, con una expresión que mezclaba sorpresa y diversión, debió pensar que había salido de un casting para bufones de la corte. Yo, ya descompuesto y con más reverencias que palabras, me retiré hacia atrás, casi tropezando con mi propia dignidad.
Al salir, el embajador, con una sonrisa que no podía ocultar, me preguntó si había hablado con el emperador. Yo, con la inocencia de un niño que niega haber tomado galletas antes de la cena, lo negué rotundamente. Pero en el fondo, ambos sabíamos que esa anécdota sería la guinda del pastel en mi libro de memorias, una crónica tan irreverente como inolvidable.
Así que aquí lo tienen, un relato de cómo pasé de Dúrcal a Tokio, y de cómo una serie de reverencias me llevó a tener un encuentro cara a cara con el emperador, en una historia que seguro hará que mi querido amigo Gonzalo de Benito suelte una carcajada al recordarla.


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