No es Oro Todo lo que Reluce: Diccionarios, Despistes y Diplomacia en la Mukata
ANÉCDOTAS
Antonio Gil de Carrasco
11/8/20232 min read
En el vibrante corazón de Ramala, donde la historia se escribe al ritmo de la segunda intifada y los chalecos antibalas se convierten en la última moda imprescindible, nos encontrábamos nosotros: un pequeño grupo de aventureros lingüísticos en una misión de oro... aunque no todo lo que reluce lo sea.
Yo, en mi papel de director del Instituto Cervantes, junto al administrador y su amigo Luis, estábamos allí para ser testigos de un hito: la colaboración de la ONG de Gemma Otero en la creación del primer diccionario español-árabe para niños sordomudos. Un proyecto que, sin duda, hablaba más que palabras, trazando puentes de silencio llenos de significado.
En medio de este noble empeño, la oportunidad de encontrarme con Yasser Arafat se presentó como un guiño cósmico. ¿Cómo resistirse? Así que, con la astucia de un zorro y la identidad prestada de "Manuel Carrasco", el traductor, me dispuse a conocer al 'Rey' en su castillo de piedras y polvo.
La mukata nos recibió, un escenario que desmentía cada cuento de riquezas y excesos. Allí, en su cuarto de 11 metros cuadrados, Arafat nos esperaba. Su reino, lejos de ser de este mundo, era un salón desgastado por los embates del tiempo y la enfermedad.
Con una sonrisa que valía más que mil palabras en cualquier idioma, Arafat nos sumergió en una conversación donde mi árabe doméstico fue el puente para un encuentro de almas. Y cuando llegó el momento de inmortalizar el encuentro, la comedia decidió que era su momento de brillar.
El jefe de protocolo, con la gravedad de un pintor ante su lienzo, nos colocó para la foto. Fue entonces cuando mi esposa, con una sonrisa que presagiaba el giro de la trama, me confió una sospecha que podría haber desatado un escándalo de proporciones internacionales. Arafat, con un temblor inadvertido, había tocado tierra desconocida.
Por un instante, el aire se tensó como la cuerda de un violín. Pero la realidad era más dulce que la ficción: el temblor no era más que un hombre valiente bailando con el Parkinson, buscando apoyo en un abrazo fotográfico. La indignación se disipó como el humo y lo que quedó fue una risa que resonó más fuerte que cualquier explosión en la distancia.
Nos despedimos de Arafat con una foto que valía su peso en risas y un recuerdo que brillaría con más fuerza que cualquier metal precioso. Porque, en efecto, no es oro todo lo que reluce, pero a veces, detrás de un simple malentendido, se esconde un tesoro de anécdota que nos recuerda que la vida, con todos sus giros inesperados, siempre merece ser narrada con una sonrisa y un buen sentido del humor.


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